miércoles, 22 de octubre de 2014

Nace Hipérbola Janus



Nace el Proyecto Editorial Hipérbola Janus, y lo hace publicando su primera obra en formato digital, aunque pronto tendremos también edición impresa. Os dejo la sinopsis de nuestro primer libro, de mi autoría, que lleva el título "Julius Evola y la civilización del cuarto estado: Antología de ensayos metapolíticos y tradicionales":

"Julius Evola y la civilización del cuarto estado» es el título del primero de los seis ensayos sobre metapolítica, tradición y filosofía que componen esta obra. En ellos, tomando la figura del pensador tradicionalista italiano como eje principal, se analizan y se comparan los puntos en común y las influencias de Evola con otros pensadores de renombre como René Guénon o el Maestro Eckhart. 

También se aborda la influencia que se le atribuye sobre la base ideológica de diferentes movimientos fascistas, haciendo especial hincapié en el falangismo español. Los dos últimos ensayos están dedicados a dos pensadores tradicionalistas italianos poco conocidos en el mundo de habla hispana: Guido de Giorgio y Franco Freda."

Os animo a que lo compréis y contribuyáis a este proyecto emergente que pretende aportar obras, conocimientos e ideas. 








martes, 22 de enero de 2013

Guido De Giorgio y el Tradicionalismo desconocido


Guido De Giorgio es un autor tradicionalista italiano escasamente conocido, cuya bibliografía ha sido publicada póstumamente, de hecho desde 1973, cuando la editorial Il Cinabro editó la primera de sus obras La Tradizione Romana, han ido saliendo con cuentagotas una serie de obras tales como Dio e il poeta en 1985, Ciò che mormora il vento del Gargano aparecida en 199 o bien Prospettive della Tradizione también publicada el mismo año. Nuestro autor, fallecido el 27 de diciembre de 1957, a los 67 años de edad, vivió sus últimos años en unas condiciones materiales y de salud bastante precarias, aquejado de una profunda depresión y entre las montañas de los Alpes marítimos, en la frontera entre Italia y Francia, donde se había encontrado a sí mismo, entre la trascendencia de las montañas, desde donde también vivió la caída de su hijo Havis, su alter ego, el hijo y el héroe de Gimma, muerto en acto heroico en las guerras coloniales italianas, concretamente un 7 de mayo de 1939 que le valió la medalla de oro al mérito y la búsqueda de incesantes homenajes y honores por parte del padre, Guido, que llegó a remitirse al propio Mussolini. Evola definió a De Giorgio como un iniciado en estado salvaje, de vida austera y costumbres espartanas, obsesionado con la idea de purificación, bajo el dominio de una cierta mística de carácter ascético, desde la aversión profunda al mundo moderno, hacia las ciudades, símbolo de mediocridad y sede de la nivelación caótica y democrática. 

A lo largo de su vida estuvo vinculado a unos escasos proyectos intelectuales, aunque unido en estrecha amistad a René Guénon, al que pudo conocer en Blois (Francia) en el verano de 1927, y desde entonces la amistad se prolongó hasta la muerte del propio Guénon en 1952, ya para entonces convertido al Islam y viviendo en una humilde casa en la periferia de El Cairo. De Giorgio estuvo vinculado al Grupo de Ur, y publicó varios artículos, dispersos entre la bibliografía publicada del grupo, que firmó bajo el seudónimo de Havismat. Todo ello pese a no estar de acuerdo con el proyecto en sí mismo, ni creer en las posibilidades iniciáticas de la magia, puesto que se habían perdido los vínculos con la naturaleza, todo producto de la destrucción operada por el mundo moderno, al margen de las fuentes mismas de esa magia, planteadas dentro de un contexto de ideas y principios ocultistas, bajo la aureola de un cierto pseudocientífismo y pseudomisticismo, tal y como lo planteó el propio Guénon en su momento y en su correspondencia personal con Guido De Giorgio.



Doctrinalmente De Giorgio estuvo fuertemente influenciado por los escritos de René Guénon, de quien asimiló una serie de premisas que le servirían para articular su propia doctrina metafísica, la cual se fundamentó en la idea de restaurar el vínculo perdido con el Orden Divino, las vías que conducen a un proceso de transhumanización, de fusión en la síntesis absoluta de lo Divino, y ello lo hizo apoyándose en la doctrina no dualista de la metafísica en su estado puro y primigenio. El Vêdantâ guenoniano es el mejor ejemplo a través de la idea de la Identidad Suprema, del principio de lo incondicionado. La existencia de una gradación jerárquica de estados del Ser, el Silencio, los Ritmos y las Formas articularon esas concepciones metafísicas representando simbólicamente el espíritu, las influencias sútiles y el ámbito de las manifestaciones físico-materiales. Este último estado es el característico de la ignorancia, la del hombre caído, fruto de la ignorancia y la mediocridad, abandonado a su suerte. Es el hombre que vive de la apariencia, de la exterioridad, es el hombre prometaico, abandonado a su suerte, avocado a la fe ilusoria en un progreso infinito que únicamente puede llevarle a su propia destrucción. 

Para restaurar las vías que conducen a Dios, De Giorgio encuentra en la Tradición Romana, bajo la égida de los cuatro grandes símbolos cósmico-tradicionales de Jano y el Fascio Litorio, culminado en la continuidad del cristianismo de la cruz, fuente renovadora del mensaje tradicional, que no se plantea, en ningún caso, como una ruptura con respecto a la norma tradicional de la Roma primitiva, más bien es un nuevo impulso ante la degeneración de las fuentes espirituales previas al advenimiento del cristianismo, corrompidas y sumidas en la exterioridad, presa de la idolatría y vaciadas de todo su simbolismo originario. Para De Giorgio no hay una ruptura entre "paganismo" y "cristianismo" en lo que respecta al fondo del mensaje tradicional, sino más bien una continuidad. Roma se erige como ese símbolo perenne e inmortal de la Tradición universal, el eje del mundo, entre el Este y el Oeste, la síntesis absoluta, armonizando opuestos, generando esa unidad orgánica simbolizada en el Silencio, como Unidad Superior de lo Divino. Roma cae y vuelve a levantarse, aparece como la luz de Occidente, que nunca muere y siempre resurge de sus cenizas para salvar a Occidente, y De Giorgio, en la formulación de una especie de Fascismo Sacro fue integrante de una de las corrientes ideológicas y tradicionales menos conocidas del Fascismo de entreguerras. 

lunes, 22 de agosto de 2011

Stalker y la crisis espiritual del mundo moderno


Desde hace algunos años soy muy aficionado al cine, pero no a cualquier tipo de cine convencional, y muchísimo menos a las grandes producciones hollywoodienses con sus mensajes prefabricados y mensajes propagandísticos. Disfruto mucho más con el cine europeo de autor, o bien con películas que no tienen la mera intención de entretenerme un rato contándome una historia típica basada en tópicos e ideas que hemos visto mil veces en películas similares. El cine y la Tv deberían tener unos fines más allá de convertir al espectador en un mero sujeto pasivo que no interviene para nada, donde todo aparece previamente digerido para que éste no tenga que preocuparse de nada. Por eso el cine debe remover conciencias, remover el espíritu crítico o despertar nuevas afinidades intelectuales. En ese sentido hay una película que me parece sublime, que he visto al menos 6 veces y cuya historia no es en absoluto comercial, ni mucho menos recomendable a aquellos que quieran pasar el rato sin más; me refiero a la película de Andrei Tarkovsky “Stalker”, del año 1979 y que para mi tiene una significación muy profunda.

La película se desarrolla en un contexto totalmente atemporal. En las primeras escenas aparece un río junto a grandes complejos industriales, y siempre lo hacen en blanco y negro con ligeras tonalidades de color sepia. Da la imagen de oscuridad, tristeza y desesperanza de un mundo vacío donde los antivalores del hombre-máquina han triunfado, y con ellos toda la realidad se encuentra abatida en la desesperanza. En ese contexto aparece la figura del “Stalker”, quien se presenta como un guía de la llamada “Zona”, un lugar donde los sueños y esperanzas de cualquiera pueden llegar a cumplirse. Su trabajo es muy peligroso, a la par que desinteresado pues la llamada “Zona” es un lugar custodiado por el ejército donde nadie puede entrar. Para traspasar la frontera entre ambos mundos es preciso jugarse la vida. Aparecen dos personajes en escena que, junto al Stalker, son los protagonistas de la película que vienen a representar dos polos simbólicos de la existencia: por un lado el científico, escéptico en materia de espiritualidad, y atraído por la curiosidad y el interés particular hacia la llamada “Zona”. Por otro lado tenemos al escritor, quien representa un cúmulo de vicios propios de la decadente vida burguesa, y que busca nuevas fuentes de inspiración en esta especie de viaje iniciático. Al margen de éstos, el Stalker ejerce su función de guía de forma absolutamente desinteresada, fiel a sus ideales, experimentando la existencia fuera de la “Zona” con desesperanza y amargura.

En el periplo de estos tres personajes por la “Zona” se reproducen infinidad de conversaciones que reflejan un universo de metáforas y simbolismos en los que se reflexiona sobre la existencia de Dios, el arte o el mismo significado de la vida. La “Zona” es un lugar mágico y perturbador donde se acumulan ruinas vencidas por el implacable avance de la naturaleza. Bellos parajes donde reposan tanques herrumbrosos entre la tupida vegetación, casas derruidas y el insistente sonido del fluir del agua nos sumergen en una atmósfera casi irreal y de gran poder visual.

El Stalker no es más que un pobre desgraciado sin un lugar en el mundo, y frente a él los hombres de ciencias y letras que se creen en posesión de la verdad absoluta amparados en los conocimientos y leyes que rigen el mundo material. La Zona es una especie de oasis o reducto espiritual en la que las leyes humanas no tienen ningún valor. Allí encontramos la auténtica pureza, sensibilidad e inocencia que parece ajena al devenir del tiempo, un lugar donde los deseos pueden cumplirse, pero para ello es necesario creer. Toda la persona que traspasa la frontera entre el mundo real, decadente y materialista, y la Zona debe hacerlo debidamente purgado de todo prejuicio y asumiendo su condición de ignorante. De ahí que la “Zona” represente una vía de ascesis e iniciación que no todos son capaces de comprender. De hecho la esperanza del Stalker, donde reside su felicidad más verdadera y profunda, es en la capacidad de transformar a aquellos que se adentran en el lugar bajo su guía. Por ello Stalker es una metáfora de la vida misma, una profunda reflexión sobre la erosión de los valores espirituales en un mundo donde sólo hay lugar para el interés particular, el hedonismo materialista y los grandes poderes económicos. Dado el origen del director, Andrei Tarkovsky, y su visión crítica hacia el régimen soviético podríamos ver también una crítica al sistema comunista y su acción represiva contra todo resquicio de espiritualidad entre la población rusa. Sin embargo Tarkovsky trasciende toda crítica particular para poner en tela de juicio la misma modernidad, de la cual, el comunismo es un indudable producto. La ciencia, la tecnología y en general todo el progreso material, sobre el que se cimentaron tanto el liberalismo como el marxismo, debían ser garantes de felicidad eterna, poniendo fin a todos los problemas y creando un auténtico paraíso en la tierra. Sin embargo esos “grandes ideales” ,de naturaleza casi teleológica, han resultado en la práctica totalmente contrarios a la teoría. De ahí que toda esa prosperidad material haya crecido sobre una auténtica ruina espiritual del hombre. Pero en esas ruinas todavía es posible edificar una nueva concepción de la vida, hay todavía un mensaje de esperanza a pesar de la decrepitud de las imágenes y las sombrías y apocalípticas conversaciones de los protagonistas. Por estas razones, y muchas más, Stalker va mucho más allá del cine convencional para culminar en una obra de arte que refleja de forma trágica y profunda la crisis espiritual que vivimos en los tiempos presentes.

viernes, 24 de junio de 2011

La festividad de San Juan


El día de San Juan constituye una fecha de gran importancia dentro del calendario tradicional, ya que más allá de las connotaciones otorgadas por el cristianismo, esta festividad, en su significado originario, se pierde en la noche de los tiempos. Antes de que se produjese la adaptación de muchos símbolos, leyendas o elementos precristianos al pujante poder de conversión de la iglesia, San Juan nos remitía a una celebración asociada a la idea cíclica del tiempo. Dentro de la observación de los fenómenos cósmicos el actual 24 de junio implica que el sol alcanza su máximo apogeo respecto a la proyección de sus rayos sobre la superficie terrestre. Teogónicamente implica el momento de máxima actividad heroica en la transmisión y sucesión de poderes verificados a través de generaciones de deidades. De modo en la mitología griega, por ejemplo, nos aparece Urano, Saturno y Júpiter y seguidamente Helios Apolo. En otros contextos precristianos nos aparece el sol como hijo directo del dios del cielo. En este contexto el sol es reflejo de lo heroico, y en numerosos pueblos a lo largo del orbe mundial aparece la idea del héroe asociados a un rango solar e identificados con el sol. Dentro de estos cultos solares no podemos olvidar la importancia de la hierofanía solar en la Roma clásica, así como en el antiguo imperio Egipcio. El sol representa en sí mismo la potencia de la fuerza masculina en contraste con la luna, de naturaleza opuesta y, por tanto, femenina. El sol encierra en sí mismo el sentido pleno de la inmortalidad sumergiéndose en las aguas con el languidecer de la tarde para volver a salir al día siguiente, sin extinguirse nunca. De modo que el Sol está asociado a esa idea de totalidad y fuente de vida en un simbolismo que remontaríamos al fenómeno megalítico y más allá. A nivel más popular el solsticio de verano es considerado, al representar un momento de transición, como un momento de purificación y promesas de buenos augurios a través de las diversas celebraciones que tienen en torno a las hogueras.

Dentro del ámbito del cristianismo la leyenda de San Juan se encuentra asociado al águila. El águila también se identifica con el sol y el principio espiritual, y de hecho su vida transcurre a pleno sol, de ahí que se considere un animal luminoso. Al identificarse con el sol, y su naturaleza cíclica, se asocia a la actividad masculina fecundante de la naturaleza materna. También es emblema del rayo, de la guerra y en definitiva de la naturaleza heroica. Con lo cual San Juan continúa manteniendo su antiguo significado a través de sus símbolos. San Juan nos aparece como predecesor de de Jesús, y siendo objeto de veneración en multitud de lugares por toda Europa, además de ser objeto de veneración en las tres grandes religiones monoteístas.

domingo, 19 de junio de 2011

Los recuerdos prenatales de Salvador Dalí : breve reflexión sobre la condición humana


Ayer me encontraba en la soledad de la noche viendo una entrevista que, a mediados de los años 70, se le hizo a Salvador Dalí. Durante el transcurso de la conversación entre entrevistador y entrevistado fueron surgiendo todo tipo de anécdotas e ideas que iban desde lo más puramente humorístico hasta la excentricidad típica del irreverente artista catalán. No obstante retuve en mi mente algo que me pareció genial, realmente brillante, y fue cuando el entrevistador le preguntó por sus recuerdos de infancia. Dalí le respondió que poseía un recuerdo prenatal, y textualmente dijo lo siguiente:
"Los más entrañables son los que datan de cuando Dalí vivía en las entrañas de su propia madre. Tengo recuerdos perfectos de mi vida intrauterina, y parece ser que Casanova también los tuvo. Y el doctor Freud, cuando lo vi en Londres me los confirmó. O sea yo veía, y veo, unos huevos fritos maravillosos en el plato sin el plato con unos bordes fosforescentes que se agrandan, que se encogen, que son realmente imágenes del paraíso perdido. Es un recuerdo que se pierde si hay algún trauma del tipo de asfixia o de dificultad, por eso los suicidas casi siempre son gente que nació de una forma imperfecta y quieren volver al paraíso perdido que era el coloidal total de los jugos maternos."

Es muy posible que estas declaraciones no sean más que una expresión propia del carácter del artista, de su narcisismo y su forma tan particular de ver las cosas. No obstante llama mucho la atención que hable de recuerdos prenatales, al margen de las interpretaciones freudianas que están muy lejos de proponer una interpretación coherente a esta cuestión. Habla de recuerdos en el útero materno y de la existencia de una visión en forma de "huevos fritos", los cuales están presentes de forma casi obsesiva a lo largo de su obra. No en vano, el huevo tiene un simbolismo que le asocia a la idea de inmortalidad, de generación y misterio de la vida. Dentro del mundo antiguo el huevo era un símbolo muy recurrente en el antiguo Egipto, allí aparecía simbolizando los secretos de la existencia bajo la dura cáscara, oculto y por ello envuelto en un halo de misterio y con una posible actividad velada. En el ritual egipcio se da al universo la denominación de "huevo concebido en la hora del Gran Uno de la fuerza doble". El dios Ra es plasmado resplandeciendo en su huevo, el cual aparece también flotando por encima de una momia en el papiro "Oedipus aegyptiacus" de Kirchner, y representando de esa manera la esperanza en la vida futura.

Por otro lado llama la atención la idea de que pudieran existir recuerdos prenatales pues el estado embrionario del ser humano en pleno desarrollo implica un simbolismo de lo caótico, de fuerzas pre-personales que remiten a la idea de lo que no tiene forma, y por tanto carece de conciencia propia, es algo con un sentido ínfero, ctónico. Además recordemos que el estado embrionario se asocia también a la idea de la mujer como principio de la naturaleza como Magna Mater, y también relacionada con lo pre-formal y desordenado. Si dentro de la tradición ya se considera que existen estados posteriores, en el ámbito de lo manifestado, en los que el hombre debe luchar contra todo tipo de condicionamientos materiales para alcanzar la categoría del Ser, en estado embrionario se considera totalmente abandonado a las fuerzas caóticas de lo ínfero, de lo demónico, sin conciencia propia y, por tanto, incapaz de tener percepciones mentales.
No obstante, estos razonamientos deben llevarnos a algo más profundo, y es la idea de que la condición humana es una más dentro de diversos planos de la manifestación universal. No existe esa única realidad material, de lo tangible y susceptible de ser captado por los sentidos, existen distintos planos de la existencia que van más allá de las formas meramente corporales y que incluso son superiores a ese plano material. Esta consideración nos abre la posibilidad de considerar la existencia de seres extrahumanos y suprahumanos que trascienden esa dimensión física, y que además se consideran estados de existencia superiores porque se liberan del vínculo de lo corporal y lo humano. Retomando la idea anterior del condicionamiento, éste es una constante dentro del ámbito del mundo manifestado, el estar sujetos a formas materiales que condicionan nuestra percepción de la existencia y de nosotros mismos. Así el Vêdânta establece una diferenciación muy nítida entre lo que es el "Sí mismo", que es el principio del Ser, frente al "yo" individual, el único que tiene una existencia real para los modernos. De modo que mientras que el primer concepto hace referencia a la personalidad el segundo se haya radicado en el principio de individualidad. Paralelamente el "Sí mismo" es algo trascendente y permanente mientras que el "yo" humano individual es contingente y dependiente de las fuerzas del devenir. Igualmente el "Sí mismo" contiene todos los estados del ser manifestados o no y conlleva posibilidades de desarrollo indefinido. La idea de totalidad domina este principio último y rompe con toda oposición artificiosa generada en la mente de los científicos modernos, más allá del simplismo derivado de la antítesis entre "espíritu" y "materia".
Esa idea del principio de personalidad, de la existencia de una realidad radicada en el ámbito de lo no manifestado, proporcionando soporte a lo material y trascendiéndolo simultáneamente entiende también una forma de ascesis particular. La hallamos en la doctrina del despertar, el budismo originario, o en el taoísmo. Ambas son formas de ascesis capaces de crear esas condiciones de objetividad en un sistema completo de ascetismo acorde con las necesidades espirituales que se plantean en un mundo moderno decadente y crepuscular como el actual. La idea de someter todas las fuerzas del ser humano a un principio superior animado por la idea de centralidad, objetividad e impersonalidad que confluyen por una vía directa y ascendente de saber consciente. Todo ello más allá de toda forma teísta o devocional, entendiendo la dimensión auténtica del hombre. No vamos a profundizar más en ninguno de los asuntos planteados, pues sería una tarea ardua y farragosa explicar conceptos cuya complejidad trasciende el propósito del texto. Sin embargo para finalizar este escrito, el cual comenzó de forma algo azarosa con el recuerdo prenatal del gran Salvador Dalí, quería señalar la idea de que el ser humano tiene una condición privilegiada en su camino hacia lo elevado, y es nuestra doble condición limitada y contingente como humanos en contraste con las potencialidades que podemos desarrollar de acuerdo con una práctica adecuada de ascesis, con la autodisciplina y una vocación innata hacia lo divino, pues en el mundo de los orígenes, en el paraíso perdido del que habla Dalí estuvimos igualados a los dioses, como los hombres celestes de la sede ártica primordial. En el Dhammapada reza los siguiente "ardua tarea es nacer hombres"

miércoles, 15 de junio de 2011

La guerra: heroísmo y trascendencia


La guerra representa ante todo un principio de superación, de enfrentarse a las más duras pruebas exponiéndote a la posibilidad de la extinción física, sometiendo a presión las barreras mentales del individuo. La guerra encierra en sí misma un principio iniciático de primer orden, una potencia espiritual que anida en el individuo, que lo transmuta y lo eleva a la vez que lo ennoblece. Son palabras que muy poco pueden significar para el hombre moderno, muy acostumbrado al pacifismo que la sociedad burguesa le ha inculcado. Aunque la guerra tenga efectos adversos como son la muerte y la destrucción también activa en el hombre una nueva forma de enfrentarse a la realidad, de abandonar la pasividad de los tiempos de paz y hacer frente a grandes problemas sin temor a ser arrastrado por el conflicto desencadenado.
Para entender el significado de la guerra en un plano no material hay que recurrir a Julius Evola, quien desde su concepción de Kshatriya, reconoció ese valor superior que encarna el hecho de lo bélico. Así nos narra en su "metafisica della guerra" las sensaciones que recorrieron su ser encontrándose en el frente durante la I guerra mundial, allá por el año 1917-1918 como oficial de artillería de un destacamento de montaña. La conclusión de Evola queda reflejada en aquello de que "la guerra permite un conocimiento transfigurante de la vida en función de la muerte".
La guerra plantea una serie de problemas desde esa perspectiva espiritual en los tiempos presentes, o al menos de los que el joven Evola fue testigo: se trata de la tecnificación de la guerra, de la invención de arsenales y estrategias cada vez más mortíferas y especializadas para destruir al enemigo. La impersonalidad de la guerra, el hecho de que el guerrero no pueda enfrentarse al enemigo cuerpo a cuerpo, o al menos pueda tener una noción de su presencia desfigura, en gran medida, la forma de enfrentarse a la experiencia de lo bélico. Paralelamente el enemigo no es, ni mucho menos, alguien que deba ser respetado, que deba gozar de reconocimiento alguno tras ser vencido en el campo de batalla, sino que es objeto de todo tipo de torturas y brutalidades, ha perdido su dignidad y condición humana. Algo que en el mundo tradicional, donde eran los aristoi quienes hacían las guerras, pues eran además capaces de proveerse de armamento, no ocurría. Porque la cualidad del guerrero aristocrático, sus valores heroicos, le impiden ensañarse con el enemigo vencido en el campo de batalla, y menos cuando ha luchado valerosamente.
Para Evola la guerra se presentaba bajo una doble condición físico-espiritual: la pequeña guerra santa, que es la guerra en el plano de lo puramente material, donde las condiciones de arrojo y valentía física son fundamentales, y por encima de ésta la gran guerra santa, la que se superpone a la guerra material y la engloba al mismo tiempo como referente superior y fundamental. Así la gran guerra santa es la guerra en el plano de la trascendencia, incluso la que libramos en nuestro interior. De ahí que no sea suficiente el coraje del guerrero, sino que precisa de unas adecuadas condiciones de objetividad, de despersonalización, en las que la búsqueda del Ser esté por encima del deseo, absolutamente subjetivo, de sobrevivir. El objetivo es que las cualidades internas del Ser se transformen ontológicamente adquiriendo el protagonismo de las formas externas: sería la superación de los sentidos sobre el cuerpo, que fue algo que el joven Evola experimentó en el campo de batalla.
El problema está en que esta concepción de la guerra, expresada por la casta de los guerreros, es antitética respecto a la visión que las restantes castas poseen de ella. Así el mercader (vaisha) posee una concepción antiaristocrática de la guerra, es totalmente material y amparada en motivaciones económico-materiales. Aquí ya no tenemos al guerrero, sino al soldado, término que etimológicamente implica una significación totalmente distinta, es el que hace la guerra a cambio de una "soldata", es decir, que percibe una remuneración económica. El guerrero evoliano nada tiene que ver con esa idea, es el hombre activo, elevado que libra su propia guerra interior tratando de domeñar las fuerzas pre-personales que se liberan en su persona, fuerzas psíquicas e irracionales que deben ser dominadas y sometidas al tronco de la personalidad.
Lejos de las consideraciones acerca del principio de trascendencia que el individuo puede operar en su interior, la guerra en sí misma encierra un principio de sacralidad que la propia Roma tuvo en cuenta en su vocación de eternidad, y que otros muchos pueblos, como los de origen nórdico-ario asociados al Wallhalla y la idea del Ragna-rök, por no hablar de las órdenes de caballería medievales, cuyas cualidades guerrero-espirituales estaban vinculadas a un principio de orden divino.
Hay un contrapunto interesante, que es el representado por toda una generación de autores de la revolución conservadora fascinados por la técnica y las nuevas formas de hacer la guerra que surgen con la Gran Guerra. De toda aquella generación nacida de la camaradería de las trincheras aún podemos ver atisbos de heroísmo, quizás no amparados en la noción de lo sagrado como antaño, pero animados por un espíritu muy diferente al del orden demoburgués. Bastante famoso fue en su día "Tempestades de acero" de Ernst Jünger, quien descibe con una asombrosa crudeza las sensaciones y acontecimientos vividos de primera mano en el frente. De forma practicamente ininterrumpida, entre 1914-1918 se mantuvo en el frente occidental siendo herido y condecorado al final de la conflagración por el valor mostrado en el campo de batalla. Jünger habla de la decadencia de un mundo burgués, de la ilusión del pacifismo, de ese espejismo estéril y decadente que recorre un siglo XIX amparado en las certezas de una burguesía pujante al amparo de la revolución industrial y el bienestar de las oligarquías gobernantes. Ahora se impone un nuevo orden que deviene de manos del trabajador, un nuevo tipo humano esculpido por la técnica y una visión decididamente anti-burguesa de la vida. La noción de lo elemental, la guerra en su dimensión heroico-viril toma todo el protagonismo. El mundo se ha convertido en un inmenso frente de batalla, donde la masa es militarizada y se mimetiza con el arsenal bélico. El dolor toma un rango de primer orden, éste es purgado de todo sentimentalismo burgués, y es capaz de ser asumido con un cierto grado de objetividad.
Ciertamente Jünger no nos habla de la guerra sometida a un crisma espiritual, y bajo la noción de crecimiento interior que el tradicionalismo evoliano nos brinda. Sin embargo toda su exposición, desarrollada en el marco del estado totalitario, ofrece elementos de ruptura y regeneración frente a la decadencia moderna impulsada por la primacía del orden burgués. Se reconoce una dimensión heroica, el valor en sí misma que tiene la acción guerrera, y la capacidad de ésta para transformar al hombre, y en este caso toda una época marcada por la decrepitud y el languidecimiento de los espíritus más combativos y valerosos.

lunes, 6 de junio de 2011

El reino de Sobrarbe: Orígen, mito y simbolismo





El territorio donde se ubicó antaño, hasta el siglo X, el mítico y legendario reino del Sobrarbe, constituye una de las regiones más agrestes y duras del Pirineo. Grandes sistemas montañosos que siembran el territorio de cumbres como las de la Sierra de Guara, o bien Ordesa-Monte Perdido. Paralelamente la historia ha dejado patentes sus huellas a lo largo de todo el territorio. Desde los glaciares con orígenes en el Pleistoceno, que sobreviven como reliquias entre las escarpadas cumbres, o los primeros restos humanos que atestiguan la existencia de poblaciones antiquísimos ya documentados en el Paleolítico a través de diversos objetos líticos, pinturas rupestres o variadas formas de megalitismo, hasta las fortalezas medievales que cubrieron sus tierras hasta los tiempos presentes en los que la zona es receptora de multitud de turistas, el Sobrarbe es, ante todo, un territorio con identidad propia.

Desde la perspectiva tradicionalista-evoliana la montaña entraña en sí misma una enorme significación en el ámbito de lo sagrado y lo espiritual. La montaña transmuta el principio ínfero de lo terrenal, de lo telúrico y lo transforma a través de las montañas que se elevan verticalmente hacia los cielos. De hecho a nivel simbólico la montaña es la máxima expresión de la trascendencia, de hecho simboliza la naturaleza divina y sobrehumana, y conocidas son sus implicaciones en diversas mitologías del mundo antiguo como morada de los dioses, por ejemplo. De ahí que la montaña encarnase esa potencia transfiguradora que eleva al hombre interiormente y, al mismo tiempo, lo engrandece a través de estados "más-allá-de-la-vida" bajo el signo de la atemporalidad e inmortalidad.

Al margen de todos los simbolismos y significados que tiene la montaña considerada al margen del territorio donde se encuentre emplazada, el legendario reino de Sobrarbe tiene vida propia, una identidad que se sitúa, de algún modo, más allá del tiempo y el espacio radicándose en el ámbito del mito ante el vacío de fuentes documentales existentes, del vacío histórico que nos deja a merced del mito y, porque no decirlo, de la fantasía. A partir del siglo XIII aparece el mito de los "reyes del Sobrarbe", quienes tras tomar Aínsa extendieron sus dominios hasta la misma Pamplona, según la leyenda. Cuenta ésta que tras la primera conquista se les apareció una cruz sobre un árbol dando lugar al nombre del reino, el cual recibió el nombre de "sobra arbre". La razón histórica de la aparición de tal mito la hallaríamos, según fuentes historiográficas, en la estrategia adoptada por la oligarquía aristocrática aragonesa en su avance contra el autoritarismo real, y aparándose en los denominados "fueros de Sobrarbe" en busca de un pactismo con el monarca.

Por otro lado, las fuentes historiográficas nos remiten a un núcleo de población en el Pirineo central aragonés habitado por los "sirtaniyyin" o "cerrenati". No obstante la ubicación de este enclave es bastante imprecisa, aunque por las escasas referencias geográficas podría localizarse en el Sobrarbe meridional y Prepirenaico, en el "Biello Sobrarbe". Las fuentes que poseemos son de origen hispano-musulmán, quienes mantuvieron durante un tiempo en régimen de tributo esa zona durante el siglo IX, la cual devastaban ocasionalmente mediante razzias. A partir de esa época se dan contactos con los carolingios y se establecen alianzas dinásticas, las cuales quedarían disueltas al cabo de poco tiempo desembocando en la expulsión de los ejércitos carolingios del territorio del Sobrarbe. Posteriormente se concertarían alianzas con el pamplonés Íñigo Arista y el linaje converso de los Banu Qasi combatiendo en el 843, y siendo derrotados, con Abd Al-Rahman II en las inmediaciones de Pamplona. Vuelven a aparecer referencias históricas bajo el nombre de "cerretani" en el 870 como aliados de García Íñiguez de Pamplona y el gobernador oscense rebelde. Después se les pierde la pista y no volvemos a saber de ellos. A partir del siglo X territorios adyacentes se expanden a costa de las tierras pertenecientes al actual Sobrarbe, los cuales se reparten entre los condes de Ribagorza y el reino de Navarra.

La ocupación del territorio, a partir de un poblamiento disperso, adquirió un carácter fundamentalmente defensivo con la construcción de monasterios y una red de fortalezas defensivas entre las que destacaban las torres. Podríamos extendernos más en los avatares históricos que sufrieron estos territorios a lo largo de los primeros siglos del alto medievo, bajo soberanía navarra primero y posteriormente aragonesa, pero este no es el propósito de este escrito. Después de narrar, muy esquemáticamente, las referencias histórico-legendarias que nutren el mito del reino de Sobrarbe, quisiera centrarme en el escudo de Sobrarbe y el simbolismo que este entraña:

-La cruz implica un simbolismo que trasciende el propio cristianismo, y el significado que éste le ha conferido a lo largo de su devenir histórico. La cruz es un símbolo que hace referencia a seis direcciones que se corresponden con seis puntos cardinales, los cuales forman, sumando el punto central, un punto septenario. Ese punto central constituye el punto primordial que simboliza el centro del mundo. En el caso del cristianismo, y más concretamente dentro de la iconografía medieval, la cruz también constituye el eje del mundo situado en el centro místico del cosmos, siendo el puente o acceso por el que las almas llegan hasta Dios. De manera que la cruz establece una relación entre dos mundos (terrestre y celeste) en una conjunción de contrarios: por un lado tenemos el principio vertical y espiritual, y por otro el horizontal y material del mundo de lo manifestado. Según Evola, la cruz simboliza la integración de la septuplicidad del espacio y el tiempo como forma que retiene y a la vez destruye el libre movimiento, por esto, la cruz es la antítesis de la serpiente o el dragón Ouboros, que expresa el dinamismo primordial anárquico anterior al cosmos, el cual representa el orden. Las interpretaciones y diversos enfoques que se dan al simbolismo de la cruz son muy numerosos e imposibles de ser relatados aquí.

-El árbol es el otro elemento que vemos reflejado en el escudo del mítico reino. Es un elemento fundamental en el mundo tradicional y refleja la vida en su sentido más amplio y genérico. Representa el ciclo eterno del cosmos inmerso en el nacimiento, crecimiento y regeneración perpetua, es una fuente inagotable de vida que se renueva eternamente. Si nos remitimos a Mircea Eliade, nos habla de la "vida sin muerte", la cual hace referencia ontológicamente a la "realidad absoluta", y con ella el árbol deviene la columna vertical, nunca mejor dicho por el sentido trascendente que se deriva de la idea de verticalidad, del mundo en su eje central. En un sentido más concreto, y referido al universo cristiano, el árbol simboliza esa conexión entre el mundo ínfero y el celeste, tal y como hemos señalado al hablar del simbolismo asociado a la montaña, dado que extiende sus raíces bajo el suelo, en lo subterráneo y, por tanto, en lo ctónico, y a su vez su desarrollo le hace elevarse desde esas profundidades y aflorar sobre la tierra. Otras veces se hace referencia a los tres mundos, a una tríada: el mundo ínfero, el celeste y como nuevo agregado el elemento central, el cual conecta lo celestial con lo telúrico.

Vemos la total correspondencia entre el simbolismo de la cruz y la del árbol, como centros del universo y la representación absoluta de realidades trascendentes y eternas. De hecho dentro de la iconografía cristiana hay una total correspondencia simbólica entre el árbol y la cruz de la Redención, por ello muchas veces la cruz aparece representada como el árbol de la vida. La línea vertical de la cruz es la que se identifica con el árbol, ambos como "ejes del mundo". A esto debemos añadir otro agregado simbólico que es el que se corresponde con el lugar central. De modo que tanto el árbol como la cruz son susceptibles de comunicar los tres mundos con la condición de que se hallen emplazados en el centro cósmico.

Naturalmente pueden agregarse otro tipo de significados a estos símbolos, pero en esencia he considerado importante resaltar esa idea de vida, fuerza, regeneración y centralidad que por encima de todo, emana tanto del árbol como de la cruz. Estos son símbolos que, enlazados por la leyenda del mítico reino de Sobrarbe, conforman el escudo, que su también forma parte de los cuatro cuarteles que componen el heroico escudo histórico del reino de Aragón.