domingo, 19 de junio de 2011

Los recuerdos prenatales de Salvador Dalí : breve reflexión sobre la condición humana


Ayer me encontraba en la soledad de la noche viendo una entrevista que, a mediados de los años 70, se le hizo a Salvador Dalí. Durante el transcurso de la conversación entre entrevistador y entrevistado fueron surgiendo todo tipo de anécdotas e ideas que iban desde lo más puramente humorístico hasta la excentricidad típica del irreverente artista catalán. No obstante retuve en mi mente algo que me pareció genial, realmente brillante, y fue cuando el entrevistador le preguntó por sus recuerdos de infancia. Dalí le respondió que poseía un recuerdo prenatal, y textualmente dijo lo siguiente:
"Los más entrañables son los que datan de cuando Dalí vivía en las entrañas de su propia madre. Tengo recuerdos perfectos de mi vida intrauterina, y parece ser que Casanova también los tuvo. Y el doctor Freud, cuando lo vi en Londres me los confirmó. O sea yo veía, y veo, unos huevos fritos maravillosos en el plato sin el plato con unos bordes fosforescentes que se agrandan, que se encogen, que son realmente imágenes del paraíso perdido. Es un recuerdo que se pierde si hay algún trauma del tipo de asfixia o de dificultad, por eso los suicidas casi siempre son gente que nació de una forma imperfecta y quieren volver al paraíso perdido que era el coloidal total de los jugos maternos."

Es muy posible que estas declaraciones no sean más que una expresión propia del carácter del artista, de su narcisismo y su forma tan particular de ver las cosas. No obstante llama mucho la atención que hable de recuerdos prenatales, al margen de las interpretaciones freudianas que están muy lejos de proponer una interpretación coherente a esta cuestión. Habla de recuerdos en el útero materno y de la existencia de una visión en forma de "huevos fritos", los cuales están presentes de forma casi obsesiva a lo largo de su obra. No en vano, el huevo tiene un simbolismo que le asocia a la idea de inmortalidad, de generación y misterio de la vida. Dentro del mundo antiguo el huevo era un símbolo muy recurrente en el antiguo Egipto, allí aparecía simbolizando los secretos de la existencia bajo la dura cáscara, oculto y por ello envuelto en un halo de misterio y con una posible actividad velada. En el ritual egipcio se da al universo la denominación de "huevo concebido en la hora del Gran Uno de la fuerza doble". El dios Ra es plasmado resplandeciendo en su huevo, el cual aparece también flotando por encima de una momia en el papiro "Oedipus aegyptiacus" de Kirchner, y representando de esa manera la esperanza en la vida futura.

Por otro lado llama la atención la idea de que pudieran existir recuerdos prenatales pues el estado embrionario del ser humano en pleno desarrollo implica un simbolismo de lo caótico, de fuerzas pre-personales que remiten a la idea de lo que no tiene forma, y por tanto carece de conciencia propia, es algo con un sentido ínfero, ctónico. Además recordemos que el estado embrionario se asocia también a la idea de la mujer como principio de la naturaleza como Magna Mater, y también relacionada con lo pre-formal y desordenado. Si dentro de la tradición ya se considera que existen estados posteriores, en el ámbito de lo manifestado, en los que el hombre debe luchar contra todo tipo de condicionamientos materiales para alcanzar la categoría del Ser, en estado embrionario se considera totalmente abandonado a las fuerzas caóticas de lo ínfero, de lo demónico, sin conciencia propia y, por tanto, incapaz de tener percepciones mentales.
No obstante, estos razonamientos deben llevarnos a algo más profundo, y es la idea de que la condición humana es una más dentro de diversos planos de la manifestación universal. No existe esa única realidad material, de lo tangible y susceptible de ser captado por los sentidos, existen distintos planos de la existencia que van más allá de las formas meramente corporales y que incluso son superiores a ese plano material. Esta consideración nos abre la posibilidad de considerar la existencia de seres extrahumanos y suprahumanos que trascienden esa dimensión física, y que además se consideran estados de existencia superiores porque se liberan del vínculo de lo corporal y lo humano. Retomando la idea anterior del condicionamiento, éste es una constante dentro del ámbito del mundo manifestado, el estar sujetos a formas materiales que condicionan nuestra percepción de la existencia y de nosotros mismos. Así el Vêdânta establece una diferenciación muy nítida entre lo que es el "Sí mismo", que es el principio del Ser, frente al "yo" individual, el único que tiene una existencia real para los modernos. De modo que mientras que el primer concepto hace referencia a la personalidad el segundo se haya radicado en el principio de individualidad. Paralelamente el "Sí mismo" es algo trascendente y permanente mientras que el "yo" humano individual es contingente y dependiente de las fuerzas del devenir. Igualmente el "Sí mismo" contiene todos los estados del ser manifestados o no y conlleva posibilidades de desarrollo indefinido. La idea de totalidad domina este principio último y rompe con toda oposición artificiosa generada en la mente de los científicos modernos, más allá del simplismo derivado de la antítesis entre "espíritu" y "materia".
Esa idea del principio de personalidad, de la existencia de una realidad radicada en el ámbito de lo no manifestado, proporcionando soporte a lo material y trascendiéndolo simultáneamente entiende también una forma de ascesis particular. La hallamos en la doctrina del despertar, el budismo originario, o en el taoísmo. Ambas son formas de ascesis capaces de crear esas condiciones de objetividad en un sistema completo de ascetismo acorde con las necesidades espirituales que se plantean en un mundo moderno decadente y crepuscular como el actual. La idea de someter todas las fuerzas del ser humano a un principio superior animado por la idea de centralidad, objetividad e impersonalidad que confluyen por una vía directa y ascendente de saber consciente. Todo ello más allá de toda forma teísta o devocional, entendiendo la dimensión auténtica del hombre. No vamos a profundizar más en ninguno de los asuntos planteados, pues sería una tarea ardua y farragosa explicar conceptos cuya complejidad trasciende el propósito del texto. Sin embargo para finalizar este escrito, el cual comenzó de forma algo azarosa con el recuerdo prenatal del gran Salvador Dalí, quería señalar la idea de que el ser humano tiene una condición privilegiada en su camino hacia lo elevado, y es nuestra doble condición limitada y contingente como humanos en contraste con las potencialidades que podemos desarrollar de acuerdo con una práctica adecuada de ascesis, con la autodisciplina y una vocación innata hacia lo divino, pues en el mundo de los orígenes, en el paraíso perdido del que habla Dalí estuvimos igualados a los dioses, como los hombres celestes de la sede ártica primordial. En el Dhammapada reza los siguiente "ardua tarea es nacer hombres"

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